jueves, 11 de diciembre de 2008

Viaje a mi interior


Sangra de nuevo el corazón que entregué, que muere sin saber si quiero... si puedo reinventar todo lo q soy... lloraré de nuevo la rabia de no saber dejarte de una vez... ni si debo... si de algo me sirvió tanto dolor...


Me puse a analizar, o quizás simplemente a recordar mi vida. Me acordé de mil gestos parricidas, de tantas heridas vacías de mercromina... Y estando en esta plaza, ya tan mía, vi en la esquina a una puta a lo sabina, y aparté la mirada, para dejar a la pobre enamorada, esa intimidad compartida con el resto de sentimentales suicidas. Olvidé al resto del mundo, miré la catedral y perdí el rumbo, la vergüenza y la cordura, lo asumo, pero que bien me sentí al gritar, al llorar y al reír al ver mi propia imagen en un charco, quise verme de cerca y me inventé un barco.

Navegué entre recuerdos, y ahí estaba ese amor de contrabando, que me vendieron en la oscuridad, cuando recuerde tus besos... los guardo y te los mando, que me pesan para caminar por esta ciudad y no quiero seguir cargando. Recordé amaneceres prófugos de mi mente, recordé ese otro amor que se le escurrió a la gente, que viví o quizás soñé, ya no lo tengo claro, y en este recuerdo mi barco cogió rumbo al desamparo, y un dolor en el corazón me nubló la vista, el sentido y la razón, y caí al suelo, e inconscientemente miré al cielo... que no se puede sufrir siempre tanto más que el resto y al final recibir mucho menos... Me inventé una canción para calmar mi corazón remendado, y ahora sin darme cuenta seguí un rato navegando, tumbada en proa, cual loca, que ya ni llora, mientras acariciaba el aire recordando tu pelo, y al darme cuenta de dónde estaba quise saltar... y ahogarme en ese charco... para no acabar ahogándome en mi propio llanto.

Me olvidé del olor del viento, del sabor del mar, e intenté olvidar esto que siento. Caminé sin dirección, sin brújula ni pasaporte, para perderme y nunca llegar al norte. Cogí un tren con rumbo desconocido, miré por la ventana y vi un paisaje enrojecido, pensé que era mi pasado ardiendo y continué riendo... Me quise volver cigarra y matar a la hormiga, encontré una guitarra y canté a la vida, ahora ya fuera del tren, sentada en la vía. Al mirar alrededor vi nacer flores en trincheras, a un niño cortar su ropa gris con rojas tijeras, a un anciano tallar el sol en una madera, y en otro charco salté a una patera. Y entre ola y ola me dijo un niño de no más de tres años, no llores, ya no estás sola, no te harán más daño. Y sentado en mi regazo, me regaló, para seguir remendando el corazón, un bonito lazo. Bájate aquí, me dijo el joven de piel tersa, y una vez allí, tras una niebla espesa... apareció mi plaza y suus gentes, que seguían sin esperanzas y como siempre tan ausentes...

Era ya noche de blanca luna, y tras el hostal apareció, con su dulce musical, la tuna... Niña, no llores más... que aquí siempre serás... más bonita que ninguna...