lunes, 11 de mayo de 2009


Me desperté, después de una noche a la que no sabía si sobreviviría, una de esas noches en las que el mundo se cae a tu alrededor, las paredes de la habitación te van arrinconando, mientras buceas entre las sábanas, intentando esconderte sin ahogarte entre ellas, y rezando por olvidar todos tus pensamientos, todo el dolor que sientes, y abandonarte a un sueño en calma. Eran las once de la mañana de un domingo de sol, y al mirar por la ventana comprendí que debía salir a la calle a ver si me contagiaba de ese ambiente de tranquilidad y felicidad que se mostraba desde el exterior. Me duché, me lavé el pelo, lo sequé, me depilé las piernas, me vestí con esos pantalones que compré en Ibiza, naranjas de potra baja, me puse una camiseta básica y una sudadera, no me apetecía arreglarme más. Con mi I-pod a todo volumen me metí en el ascensor, dispuesta a enfrentarme a un día nuevo. El ascensor tardó muy poco en bajar, no me dio tiempo a prepararme como yo hubiera deseado, por eso me puse las gafas de sol, por si acaso, sólo por si acaso.


Era un típico domingo, los padres disfrutaban de ese día de descanso sacando a pasear a sus hijos, un señor entraba en la panadería, con el periódico ya debajo del brazo, qué típico, pensé. Había un grupo de señoras hablando alegremente al lado del puesto de la ONCE, entre las que adiviné a mi vecina del cuarto, y apreté el paso, pero no pude evitar escuchar un “hasta luego nena”, “hasta luego Doña María” contesté esbozando algo parecido a una sonrisa, lo mejor que podía haber hecho en ese día. Seguí andando sintiendo las miradas clavadas en mi nuca de ese grupito de alegres cotorras con cara de no haber roto nunca un plato, y sabía que la buena de Doña María les estaría explicando mi vida y la de mis compañeras de piso.


Seguí con rumbo fijo, en esos días tan míos, no me hace falta ni preguntarme a dónde voy, mi corazón guía a mis pies sin que mi mente tome parte, y al llegar al cruce de la Plaza de Galicia con la Zona Vieja empecé a sentirme en casa. Me adentré por la rúa del Franco, la gente iba y venía a mi alrededor llegando incluso a chocarnos, pero nadie se paraba a verme, era como si no existiera, por eso me gustaba esa zona, había una gran cantidad de extranjeros, también vi a varios estudiantes rumbo a la Biblioteca Xeral, o eso supuse yo, al ver sus carpetas de la USC bajo el brazo. Delante de La Terraza del 46 vi a un hippy acariciando a su perro con el cariño que un padre acaricia a un hijo del que se siente orgulloso. Qué mágica es esta ciudad, no podía pensar en otra cosa mientras avanzaba hacía el Obradoiro, pensé en cuanta gente habría pisado esas piedras cargadas de historias antes que yo, cuantas personas distintas y en épocas tan diferentes habrían pasado por allí, con el mismo motivo que el mío, contemplar la catedral. A medida que me acercaba a la plaza mi corazón se agitaba, y una vez que estuve dentro, vi al tuno repartiendo sus cd´s, al bueno de Zapatones fotografiándose con unos turistas, vi a un grupo de peregrinos mirando la catedral emocionados, a un chico en bicicleta cruzar la plaza despacio, como aprovechando cada segundo que tardaba en recorrerla, dejé de mirar a mi alrededor y me dirigí hacia mi lugar especial, ese lugar que me calma, donde me siento yo misma y a salvo, en esos días, como hoy, en los que se me cae el mundo. Me senté contra esa columna del Pazo de Raxoi, que tantas veces me sirvió de apoyo, en su sentido más literal, dejé que mi cabeza se perdiera entre las piedras, buscando su sitio, me abracé fuerte las piernas, miré hacia la catedral, que hoy tenía ese tono rojizo que tanto me gustaba, y reteniendo esa imagen en mi mente, en un esfuerzo por memorizarla así, cerré fuerte los ojos…


¿Cuántas veces me ha escuchado este gigante en piedra?, ¿cuántos secretos le he contado solamente con mis lágrimas o una mirada?, ¿cuántas chicas como yo habrán contado sus secretos a esta dama de piedra?, ¿Cuántas historias de amor habrá visto comenzar ante ella, y cuántas acabarían en ese mismo lugar?...

jueves, 7 de mayo de 2009

::::::::::::::::::::::


A medida que vas creciendo te vas dando cuenta de cómo funcionan las cosas en realidad, supongo que esos consejos que me daban los mayores, y yo desoía, empiezan ahora a cobrar sentido. Empiezas a darte cuenta de que no todo es lo que parece, que las personas no son tal y cómo se muestran, y empiezas a valorar la sinceridad desde otro punto de vista. Creces, y te vas llevando decepciones, tienes una de esas crisis existenciales por las que todos pasamos de manera cíclica en según qué momentos de nuestras vidas, esas en las que te das cuenta de que no eres tan distinta a tu madre, como tú creías, sino que empiezas a ver que quizás tus hijos gocen de mucha menos libertad que tú, y en un futuro cada vez menos lejano. Comienzas también a valorar esos momentos en familia, que antes te parecían la peor de las torturas, y empiezas a llamar a tíos, primos y demás familia a golpe de martes por la tarde, y la pregunta lógica que te hacen es ¿qué te ha pasado?, o ¿necesitas algo?, y sorprendentemente dices “sólo quería saber cómo estás, ¿sabes qué he hecho hoy?”. Si, ya no te da miedo que te pregunten qué tal el día, y realmente quieres escuchar qué tal ha ido el suyo…

Que complicado hacemos hasta lo más simple, cómo el iniciar y cerrar etapas. Puede que esté empezando una etapa nueva, puede también que ya lleve unos meses en transición hacia esa etapa, aunque no me había enterado. Empiezas a ver que tu vida y la de tus amigas coge rumbo, todo se va asentando, las cosas, como dice la canción, se van ordenando solas, sin querer. Y te valoras más, te quieres más a ti primero, y en consecuencia puedes querer mejor al resto. Ahora quedas más a tomar café que a tomar cañas, y si quedas a tomar cañas te vas a casa a la segunda, porque mañana hay que madrugar, y no, no pasan lista en clase, pero vas a ir igual.
Empiezas a quedar con amigos que hace mucho que no quedabas, o mandas un email para preguntar cómo les va la vida, quedas con tus amigas y los temas de conversación son distintos a los de hace dos años, da igual que sea viernes, lunes o domingo, porque no se da por hecho que hayas salido el jueves, el sábado o cualquier otro día de la semana porque “te han liado”, ahora si te preguntan ¿saliste ayer? Lo normal es que contestes “no, salí a cenar y a tomar algo”.

Y si pienso en mí hace unos años, me acuerdo de una niña rebelde, eso sí, con causa, que se cuestionaba cada acto, que se rebelaba contra lo establecido, y que no consentía las verdades universales; me alegra ver que esa parte de mí no ha cambiado tanto, aunque se haya suavizado, por lo menos en la impulsividad, ahora cuestiono igual que antes, pero pienso más antes de actuar. También recuerdo cómo me imaginaba que era la facultad, o vivir sola, o cómo me imaginaba que sería la política una vez dentro, y si lo pienso no puedo evitar sonreír ante mi inocencia.

Ahora me planteo lo mucho que me quedará por aprender, las mil decepciones que me esperan, sobre todo con el camino que he elegido para recorrer, pero puedo decir que de cada decepción, de cada golpe que me ha dado la vida, (y en los últimos tiempos me ha dado muchos) de todos he aprendido, así que no queda más que seguir aprendiendo a vivir, seguir creciendo, seguir aprendiendo a elegir a mis amigos, los que de repente se aparecen en tu vida, y los que ya estaban ahí desde el principio, a saber ver quién es de verdad y quién no, de quién fiarte y de quién no…

Sólo quiero seguir ese camino que me he marcado, intentando ser fiel a mí misma, a mis amigos, a mi familia, y sobre todo a mis ideas, a los ideales que siento tan dentro y por los que lucho, los que defiendo, y sobre todo ahora que veo que la gente puede cambiar tanto, y acomodarse a un puesto, a una situación, renunciando a todo eso por lo que se supone que luchan, sólo espero que la vida no me haga cambiar tanto como para olvidar cuál es el verdadero camino de una mujer socialista, cuáles son los ideales por los que quiero pelear, no quiero saber hablar muy bien, y decir lo que hay que cambiar, quiero saber cambiarlo, no quiero acomodarme en un sillón, quiero ser la que no deje que el que está en el sillón se acomode, quiero saber jugar limpio, poder dormir con la conciencia muy tranquila, quiero vivir por la democracia, por la igualdad de oportunidades, por la independencia de las mujeres, dando ejemplo conmigo primero, quiero vivir conforme a eso, sin caer en ser una falsa oradora, y quiero que cuando tenga la edad de mi abuela, y mire hacia atrás para hacer un repaso a mi vida, pueda sonreír y estar en paz conmigo misma, sin ningún remordimiento.