domingo, 4 de julio de 2010

Reflexiones tras la barra de un bar


Estoy tras la barra de mi bar, mi primo me hace compañía mientras por fin, tras el partido y las cenas del sábado noche, parece que por fin todo el mundo está atendido. Él está enfrascado en una conversación sobre el futuro, salidas laborales, etc.. Yo le asiento con la cabeza mientras intento hacer un contexto coherente de dónde me encuentro, de la cantidad de historias y personas distintas con las que me he cruzado hoy, algunas de ellas amigas, otras, personas que nunca recordaré, o que posiblemente un día por la calle no logre ubicarlas y no sepa en qué momento nos cruzamos.

Ahora mismo, mientras ando con el móvil escribiendo, y mi primo sigue hablando, hay una pandilla de veinteañeros celebrando con jarras de cerveza la victoria de España contra Paraguay, enfundados en sus banderas rojigualdas. Yo creo recordar, de anteriores sábados noche entre cervezas, que se declaraban republicanos, pero en fin, "el espíritu de la roja".

Dos mesas más allá, tres matrimonios de los de antes, de los de toda la vida. Ellos, parecen pavos hinchados, con su faria en la mano, con sus cafés irlandeses (sí, con lo que jode prepararlos), ignoran la presencia de sus féminas. Ellas, cacarean sobre su día de rebajas, han gastado mucho, muchísimo, pero claro, según ellas sus maridos les consienten todos lo caprichos. Me pregunto si algún día su capricho será una conversación mixta.

En la barra hay una pareja joven, creo que llevan poco tiempo juntos, aún tienen ese brillo de vergüenza cuando sus miradas se encuentran, las sonrisas lascivas, la mano de él acariciando la pierna de ella más arriba de lo normal.

Tres chicas brindan por su amistad en la mesa que está frente a mí, una de ellas porque va a casarse, otra de ellas porque va a dejar a su novio celoso, y las tres, simplemente porque siempre serán las tres.

Y entre cañas e irlandeses, entre la victoria patria, entre las risas entre amigos, los gestos cómplices de los amantes y las confesiones que se negarán en cuanto salga el día, entre todo, está él. Aparenta más por las huellas de la vida, pero debe de tener unos 40, le conozco del pueblo, a él y a su familia, pero no sé nada de su vida, tan sólo, le conozco y no le conozco de nada. Tiene la mirada perdida en la copa, mientras le da vueltas inconscientemente.
-Echa un vino nena...
-Ahí tiene señor, son dos euros.

Me mira extrañado, y de repente su expresión se relaja, sus ojos se inundan de pena y recuerdos, o eso me parece a mí.

-Me recuerdas a mi hija, tiene una melena larga y morena como la tuya, y ojos dulces y negros como el azabache... (sonríe tiernamente mientras se agarra a la copa). Pero claro, ella aún es pequeña, debe de tener 9 o 10 años, mira una foto.-

Me enseñó la única foto que llevaba en su cartera, doblada por las esquinas. Aunque ahí la niña debía de contar con unos 5 años.

-Es muy guapa.- No sé porqué pero al decir esto se me atragantaron las lágrimas en la garganta

-Hace mucho que no la veo, vive con su madre y su pareja, pero sé que le va bien, es muy estudiosa, me va a salir médico o algo así, muchas veces imagino cómo será su vida, y cómo será ella de mayor, qué tipo de mujer será.- Se le apagó la sonrisa, se bebió el vino de un trago y me puso los dos euros sobre la barra.

-Seguro que será una gran médico, y una gran mujer, ya lo verá.-

Se perdió entre la noche, y yo me quede aquí, entre risas y alegrías, en la misma posición que estaba antes de servirle el vino, mi primo sigue con la misma conversación, pero a mi se me ha encogido el pecho, y ahora soy yo quien tiene la mirada perdida.

1 comentario:

Unknown dijo...

Lo mejor para entender el mundo es darse cuenta de cuales son sus zonas erróneas...y lo mejor para entender el fútbol e entenderlo como un producto que sirve para desatender miserias humanas :) Un besote irlandesa!